Hay mucho cerrado por el mundo, gente cuya única forma de entender la música es a través de la perfección musical. Los hay que se cierran en lo considerado como música culta. Los hay que se cierran en música "auténtica", dentro de las ramas de un mismo género (vease por ejemplo, el rock progresivo setentero vs. el considerado como neo pro actual). Los hay que se cierran en la movida underground y rechazan la comercialidad de un género (miles de ejemplos en miles de estilos: pop rock, hip-hop, heavy metal...).
Y yo los odio a todos ellos. Los odio, porque tratan de racionalizar la música de algún modo. Los odio porque tratan de IMPONER no sólo sus gustos, sino su forma de sentir... porque amigos, la música no es matemáticas. No es nada exacto ni absoluto. La música es, como siempre digo, energía y magia. Tratar de escucharla con la cabeza es absurdo; se escucha no sólo con los oídos, sino con el corazón. Se escucha con los recuerdos, con los sueños, y con el cuerpo.
¿Por qué ha de tener más valor una pieza de música renacentista que la última canción de David Guetta? Es un ejemplo extremo, lo sé. Pero para alguien que no tiene el oido educado, es completamente comprensible que una pieza renacentista pueda parecer aburrida y tediosa, y, en cambio, la última canción de David Guetta no sólo hable de algo que entiende y siente, sino que hace que se le meta el ritmo en el cuerpo y le haga vivirla de forma especial. No puedes criticar lo que una persona siente y entiende. Evidentemente, musicalmente una pieza clásica va a tener más "calidad", pero por Dios, ¿qué importa eso? ¿De qué sirve algo perfecto si no se puede disfrutar?
Algo similar a lo que hablo encontré releyendo el "Lobo Estepario" (recomendadísimo). Una conversación que Harry Haller, el lobo estepario, mantiene con un músico de la época. A día de hoy, se podría hacer un simil entre un músico profesional que prefiere hacer pop en vez de Jazz ;)
Me tropecé una vez con él en la calle, junto al muelle, y se me acercó sin más preámbulos. Esta vez conseguí por fin hacerle hablar.
-Señor Pablo -me dirigí a este joven, que jugueteaba con un fino bastoncilllo negro y plateado-, es usted amigo de Hermine, y ésa es la razón de que sienta interés por usted. Pero debo decir que no me resulta fácil la conversación con usted. He intentando varias veces hablar con usted de música; me hubiese interesado conocer su opinión, su criterio, oír sus objeciones; pero no se ha dignado darme ni la más pequeña respuesta.El lobo estepario, Herman Hesse.
Se echó a reír francamente y no se quedó ahora sin responder. Dijo con indiferencia:
-Mire, en mi opinión no tiene valor alguno hablar de música, jamás hablo de ella. Además, ¿qué hubiese podido responder a sus inteligentes y acertadas palabras? Tenía usted razón en todo lo que ha dicho. Pero, ya ve usted, yo soy músico, no un sabio, y no creo que en música tenga el menor valor estar en posesión de la razón. En la música, no es la razón lo que importa, ni el buen gusto ni la instrucción ni todo lo demás.
-Muy bien. Entonces, ¿qué es lo que importa?
-Que se haga música, señor Haller, que se haga música todo lo bien e intensamente que se pueda y tanta como se sea capaz. Eso es lo que importa, Monsieur. Si tengo en la cabeza todas las obras de Haydn y de Bach y puedo decir las cosas más inteligentes acerca de ellas, poco provecho podrán sacar otros de mí. En cambio, si cojo mi flauta y toco un shimmy corriente, la gente sentirá alegría lo mismo si es bueno que si es malo, se apoderará de sus piernas y se les meterá en la sangre. Eso es únicamente lo que importa. Eche una ojeada en torno suyo en una sala de baile en el momento en que comienza de nuevo la música después de un prolongado descanso y verá cómo brillan los ojos, cómo se estremecen las piernas, cómo empiezan a reír los rostros. Para eso se hace música.
-Muy bien, señor Pablo; pero no hay tan sólo música para los sentidos, la hay también para el espíritu. No existe la que únicamente se está ejecutando en este preciso momento, sino que también la hay inmortal, imperecedera, que continúa viviendo aunque dé la precisa casualidad de que no se toque. Cualquiera, echado en la cama, puede traer a su memoria una melodía de La flauta mágica o de La pasión según san Mateo, y entonces existe la música sin necesidad de que siquiera una persona sople en una flauta o pase el arco por un violín.
-Cierto que sí, señor Haller. También el yearning y Valencia son reproducidos en silencio por personas solitarias y soñadoras; incluso la más pobre mecanógrafa, mientras está en su oficina, tiene en la cabeza la música del último onestep y teclea al compás de esta música. Tiene usted razón. Para mí, todas estas personas solitarias disfrutan de con su música silenciosa, lo mismo si se trata de La flauta mágica que si es el yearning o Valencia. ¿De dónde, si no, sacan su música silenciosa estas personas solitarias? De nosotros, de los músicos. Tiene primero que ser tocada y ha de entrar en nuestra sangre antes de que en sus habitaciones puedan recordarla y soñar con ella.
-De acuerdo -repliqué con frialdad-. Sin embargo, no es posible colocar en el mismo plano a Mozart y el último foxtrott. Y no es lo mismo tocar para los demás una música divina e inmortal que una música barata que es flor de un día.
Cuando Pablo notó el tono de excitación en mi voz, puso al instante la más amable de sus caras, me tocó el brazo con gran afecto y dio a su voz una ternura increíble.
-¡Ah, querido amigo, es posible que tenga usted toda la razón con eso de los planos! Desde luego, no tengo nada en contra de que ponga usted a Mozart, Haydn y Valencia en el plano que más le acomode. Me da lo mismo, no tengo que decidir nada sobre la cuestión de los planos, no piden mi opinión al respecto. Quizás la música de Mozart sea ejecutada todavía dentro de cien años, en tanto que Valencia ya no se vuelva a escuchar dentro de un par de ellos; pero creo que esto podemos dejarlo tranquilamente en manos de Dios, que es justo y dispone de la existencia, tambien la de cada bailarín y de cada foxtrott; Él decidirá lo que sea justo. Los que tocamos música, sin embargo, tenemos que hacer lo nuestro, lo que es nuestro deber y obligación: tocar lo que la gente aspire a oír en el preciso momento, y tenemos que hacerlo lo mejor y más bellamente que podamos.
Abandoné la discusión, suspirando. No había manera de convencer a este hombre.